Compilación- the Family International
El día empezó como una celebración de la gracia de Dios. Cientos de nuevos seguidores de Jesús acudieron a nuestra iglesia para manifestar públicamente su fe por medio del bautismo, mientras miraban sus amigos, familias y otros miembros de la comunidad.
Una señora de sesenta y tantos años se acercó a mí para ser bautizada. A su lado estaba un hombre musculoso con aspecto de bravucón que se veía unos pocos años mayor que ella. Tenía pinta de obrero de la construcción; con la piel curtida, muy marcada por las arrugas. Pensé que con seguridad aquel hombre no necesitaba un martillo para colocar un clavo. En ese caso, probablemente utilizaría su puño.
Dirigiéndome a la señora, comenté:
—Así que está usted aquí para bautizarse.
Estaba rebosante de alegría y declaró:
—Sí, así es.
Sonreí al escuchar su respuesta.
—¿Ha aceptado a Jesucristo como su líder y redentor? —pregunté, aunque me parecía solo una formalidad después de que había visto a Jesús claramente reflejado en los ojos de ella.
Asintió entusiasmada y añadió:
—De todo corazón.
Estaba a punto de bautizarla cuando dirigí la mirada hacia el hombre que estaba junto a ella. Él había escuchado con atención lo que decíamos.
—¿Es usted su esposo? —pregunté.
Se enderezó y respondió con naturalidad:
—Sí… soy su esposo.
En ese momento, una pregunta me pasó por la cabeza. Había llevado a cabo cientos de bautismos y jamás había hecho eso. Pregunté en tono sincero y con interés:
—¿Usted le ha entregado a Jesús su vida?
Se veía sorprendido y ofendido. Por breves momentos me fulminó con la mirada. Luego, en su rostro se reflejó el dolor y no sabía lo que ocurriría a continuación. Pensé que tal vez me golpearía. Sin embargo, de repente se puso a llorar de modo incontrolable; movía los hombros de arriba abajo rápida y suavemente, mientras trataba de recobrar el aliento.
—No, no lo he hecho —logró decir entre sollozos—. Pero quiero hacerlo ahora.
Casi se me doblaron las rodillas.
—Muy bien —dije finalmente.
Luego, mientras observaban miles de personas, aquel hombre confesó que era un pecador, recibió el perdón por medio de Cristo y tuve el honor de bautizarlo a él y a su esposa juntos.
Momentos después, era difícil reconocerlo como el mismo hombre que seguía de pie junto a su esposa, mientras todos cantábamos Gracia admirable. Su sonrisa amplia y entusiasmo fueron como los de ella.
Luego, al final del oficio religioso, me bajé del estrado y otra señora que no conocía se acercó saltando de emoción y me abrazó. Sollozó apoyada en mi hombro. Todo lo que oí que decía fue:
—Nueve años, nueve años, nueve años…
Como se imaginarán, me puse un poco nervioso y le pregunté:
—Disculpe señora, ¿quién es usted? ¿Y qué quiere decir con «nueve años»?
Levantó la vista. Tenía los ojos rojos por el llanto.
—Acaba de bautizar a mi cuñada. Y usted llevó a mi hermano a Cristo y a bautizarse junto a ella —explicó—. Nueve largos años he orado por él y en todo ese tiempo nunca había visto un indicio de interés espiritual. Sin embargo, ¡mire lo que Dios hizo hoy!
De inmediato pensé: «Esta señora se alegra de no haber dejado de orar en el octavo año».
Es posible que hayas estado en una situación parecida. Esa señora te diría que jamás te rindas. Nunca dejes de orar. Nunca dejes de presentarte ante el trono de la gracia y rogar por quienes son importantes para ti.
Soy el primero en reconocer que no entiendo todo acerca de la oración. Sé que Dios permite que cada persona decida si lo seguirá o no, y no podemos imponer nuestra voluntad sobre otros, por mucho que nos gustaría. No obstante, soy lo bastante ingenuo como para creer lo que dice la Biblia: «La oración del justo es poderosa y eficaz»[1]. De hecho, me gusta esta cita que se le atribuye a la Madre Teresa: «Cuando oro, ocurren coincidencias. Cuando dejo de orar, no.» Lee Strobel[2]
*
Cuando oramos por personas que no conocen al Señor, Dios obra. Dios honra la fe de alguien que tiene tanto interés por salvar a los perdidos que él o ella escribe los nombres en una lista y ora por ellos cada día. Sin embargo, esta no es una fórmula mágica. Verás, cuando te preocupa tanto alguien… y empiezas a orar con fervor por esa persona, Dios no solo obra en su corazón para que se abra al Evangelio, sino que también obra en tu corazón para que le hables del Evangelio.
¡Que alguien no sea portador de las buenas nuevas es prueba de que no está orando! En su mayoría, los cristianos se preocupan poco por los perdidos. No es de sorprenderse, ya que la única manera de que nazca ese deseo es establecer contacto con el corazón de Dios por medio de la oración. Si quieres tener un gran interés por ganar a los perdidos, entonces haz que sea un asunto personal y anótalo en un papel. Prepara una lista con los nombres de algunos amigos o familiares y ora todos los días por ellos.
Los cristianos estadounidenses en particular se han acostumbrado a una fe fácil. Esperamos que todas las bendiciones de Dios nos sean entregadas en nuestras manos sin que tengamos que hacer mucho esfuerzo. Queremos que las personas se salven y nos quejamos si estas no caminan por el pasillo para acercarse al altar, pero testificamos muy poco. Queremos oraciones respondidas, pero oramos muy poco. Sin duda no queremos hacer nada que pueda ser difícil o que tal vez tenga un precio muy alto.
En otra generación, cuando se hacía referencia a orar por los perdidos a menudo se hablaba de trabajar con afán en oración. Habrán escuchado la frase: «¡Fue un parto!», cuando algo es muy difícil o costó mucho lograrlo. Aplicándose a orar por los perdidos, nos enseña que las almas no se conquistarán para el Señor a menos que activamente participemos en el trabajo de parto que es la oración. Orar por los perdidos es la línea de fuego del encarnizado conflicto espiritual que se libra en este mundo.
Permíteme recomendar tres pasos prácticos para ayudarte a ser un seguidor de Jesús que ora y testifica. Primero, prepara una lista de oración con los nombres de algunos amigos, familiares o conocidos que aún no hayan aceptado a Jesús como su Salvador. Nunca he preparado y orado por una lista de esa naturaleza sin ver que personas se salvan. Hay algo eternamente importante acerca de anotar los nombres en el papel y comprometerte a orar. Dios honra nuestras oraciones cuando lo hacemos con bastante seriedad como para pedirle a diario que salve a nuestros seres queridos. Lo mejor es que al principio no se prepare una lista larga. Empieza con tres nombres; o tal vez cinco. Si te gusta leer, haz de tu lista un señalador y colócala en el libro que estés leyendo. Cuando abras el libro, ora por lo que tengas en la lista; luego, ora de nuevo cuando pongas el marcador de libros en la parte donde te quedes en la lectura. Guarda la lista junto con tu Biblia y dedica parte de los ratos cotidianos de sosiego a orar por las personas de tu lista. Cuando puedas, donde sea que estés, ora por lo que hayas anotado en esa lista. Acude a Dios y preséntale esos nombres y necesidades.
El segundo paso. Cuando ores, hazlo de todo corazón. De poco sirve tener una lista si no tienes la disposición de trabajar con afán en la oración. A menudo, los cristianos flaquean cuando se trata de orar. Hablamos mucho de la oración, pero dedicamos poco tiempo a orar. Además, pide a Dios que prepare tu corazón para testificar. Cuando pedimos a Dios que envíe a alguien que testifique a un amigo que aún no ha aceptado a Jesús, en la mayoría de los casos nos enviará a nosotros.
El tercer paso es hablar. Luego de haber orado, invita a los que tienes en tu lista [a aprender acerca del Señor]. Cuéntales tu testimonio. Explícales el Evangelio. Invítalos a leer la Biblia contigo. Háblales de temas espirituales. Diles que estás orando por ellos. No te rindas si al principio son fríos y no se muestran receptivos. No dejes de orar ni de hablarles de Jesús. Escúchalos cuando te hablen de lo que necesitan y de sus problemas. Ámalos, y lo más importante es que tengas paciencia mientras perseveras en la oración. Woody D. Wilson[3]
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Pueden tardar semanas, meses o hasta toda una vida en ver el fruto de sus oraciones, ¡pero ese fruto está garantizado! Por mucho que me demore en obrar el milagro, lo haré, porque siempre respondo las oraciones de Mis hijos; unas veces inmediatamente, otras en un futuro cercano, otras en uno lejano y otras en el mundo espiritual.
Así que nunca dejen de orar por las personas a las que aman, aunque no vean resultados inmediatos. ¡Las oraciones dan fruto! Generan el hechizo de Mi poder que obra milagros, y cuando Yo lo considere oportuno, daré la respuesta. Jesús, hablando en profecía[4]
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¡A qué extremos llego para salvar a un alma perdida! Ningún sacrificio es excesivo para salvar a uno de Mis hijos perdidos, no hay abismo tan profundo que Yo no pueda descender a él para levantar a un alma cansada que busca, no hay un corazón tan perdido que Yo no pueda salvarlo. ¿Hasta qué extremo estás dispuesto a llegar tú por Mí y por el prójimo? Jesús, hablando en profecía[5]
Publicado en Áncora en agosto de 2012.
Traducción: Patricia Zapata N. y Antonia López.
[1] Santiago 5:16; NVI.
[2] The Unexpected Adventure (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2009).
[3] The Shadow of Babel (Hannibal Books, 2009).
[4] Artículo publicado por primera vez en agosto de 2003.
[5] Artículo publicado por primera vez en agosto de 2003.
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